Una sopa, carne, cubiertos y agua fueron servidos para Carlos por su madre María. Esa tarde, como todas las tardes, la señora María servía comida para su hijo y único hijo, Carlos. Él la comía obedientemente, supiera cómo supiera, él lo hacía, sin réplicas ni protestas, engullía cada bocado. María no le dirigía palabra a su hijo Carlos, y Carlos no se la dirigía a su madre. Era una rutina monótona y sin fin. María se levantaba todas las mañanas a la misma hora, las 5 de la mañana.
Ella se destapaba y tendía su cama de una manera exquisita, sin dejar arruga. Iba al baño, se lavaba la cara, la boca, cepillaba sus dientes como si tuviera una pulidora en sus manos, se bañaba de una forma minuciosa, limpiándose hasta la cutícula de cada uña de sus manos, cortaba las uñas de sus pies de una forma religiosa y al ras de la piel de sus dedos, no dejaba margen al error. Después de asearse, se vestía con la ropa que previamente había seleccionado. Sus cajones eran un desfile de colores, pues nuestra señora ama de casa y soltera adoraba ordenar los cajones por colores. Bajaba y preparaba el desayuno para su hijo; no hablaban mientras él comía, no le decía nada. El niño solo se iba a la escuela.

Mientras el pequeño niño pelirrojo se iba a la escuela, su madre era feliz. Limpiaba toda la casa, no dejaba basura o polvo alguno sobre el piso; la dejaba como una casa de exhibición. Luego, iba a su hermoso jardín a trabajar, era lo único que le importaba. Este jardín, que se encontraba en la parte de atrás de la casa, era un área de 5 metros de largo por 10 de ancho, con paredes tapizadas de enredaderas de plantas naturales, matorrales en la parte de abajo con rosas. En una esquina había una fuente de piedras con estanque natural en donde revoloteaban pequeños peces dorados. En todo el área había pasto, excepto por un camino que llevaba a la fuente, junto a la cual había una pequeña mecedora. La señora María pasaba todas las tardes regando, sembrando y hablándole a su jardín, contándole anécdotas, chistes, recitándole poemas como si fuera su hijo. Esto era así hasta que Carlos aparecía; ahí terminaba su ritual, o por lo menos le ponía pausa, pues en las noches, cuando Carlos dormía, la señora María bajaba a hablar con su jardín.

María bajaba en las noches en camisón, paseaba por la casa y se dirigía a su jardín. Se desnudaba y se recostaba en el jardín, comenzaba a dar vueltas y a reírse en el pasto como si este la estuviera abrazando. Pero entre las risas y jugueteos, ella solo escuchaba de forma incesante y directa: “Mata a tu hijo, dámelo ya”. Ella reía y le respondía: “Sí, eso hago”. La señora jugueteaba una vez más en el pasto y luego se iba a bañar a la fuente, donde seguía escuchando las palabras: “Mata a tu hijo, dámelo ya”. La voz lo decía con tal autoridad y con un tono tan seductor que hacía a la señora aún más feliz, pues ella reía aún más fuerte. Su sensibilidad en la piel aumentaba, sus latidos del corazón se descontrolaban, eran cada vez más fuertes y rápidos, tanto que perdía la noción del tiempo ahí, en el pasto, desnuda, saboreando la tierra que la abrazaba hasta el éxtasis último, y después de un orgasmo, simplemente se iba a su cuarto. Esto sucedía todas las noches. Sin embargo, algo cambió en una de ellas.

Una noche, las risas que emanaban de la garganta de María eran tan fuertes que hicieron despertar a Carlos. Él se levantó de su cama y miró desde la ventana. Logró ver el espectáculo, le sorprendió ver a su madre hablar, reír o emitir sonidos inentendibles. Él, con tan solo 6 añitos, había resuelto que solo de él dependía su vida, o por lo menos que en su mamá no podía confiar; eso en el jardín era cualquier cosa menos su madre, y que en su tranquilidad mostrada en los días comunes, tal vez un día lo iba a matar.

Al día siguiente todo fue diferente. Por primera vez en mucho tiempo, ella le habló a su hijo, le sonrió cálidamente y le sirvió su desayuno favorito. Él, extrañado, le preguntó si le pasaba algo, pero ella le dijo con un tono tembloroso: “No”. Él vio su sonrisa de punta a punta y alcanzó a ver sus dientes afilados y limpios; en ellos podía ver su reflejo. Posó la vista en sus ojos, en los cuales se perdió en una oscuridad, él yacía en un cuarto negro en el cual no había nada.

Carlos despertó tras un llamado de María, que pronunciaba su voz con tono cálido: “¡Carlos, hijo! ¡Ven a comer!”. Al momento de servirle la comida, le dio un beso en la frente; pareciera que fue cálido, pero Carlos lo sintió gélido, frío, duró. Le dio miedo, un miedo que corrió por todo su cuerpo erizando su piel. Él no supo qué hacer y solo se quedó ahí sentado. Era la primera vez que su madre le hablaba durante la comida; eso siempre lo había deseado, pero sabía que dentro de él todo era una farsa que lo hacía dudar, y solo se dijo a sí mismo: “Bueno, no creo que te mate”, y sonrió. Su mamá le dijo: “Come, se te va a enfriar”. Por primera vez estaban desayunando juntos; parecía que se estaba cumpliendo el sueño, que su mamá lo amase. Después de desayunar, Carlos se fue a la escuela con un extraño sentimiento agridulce; sabía que debía dudar, cuidarse, pero no sabía de qué ni cómo, pero otro sentimiento empezaba a aflorar: una leve esperanza de ser amado por su madre.

Durante el transcurso de la escuela y en su última clase, mientras su profesor de historia dictaba, él se empezó a sentir mareado, nauseabundo, con dificultades para respirar. Inmediatamente se paró y se fue al baño; apenas pudo llegar a la taza, cuando proyectó y vomitó todo el desayuno y la comida del receso. Mientras vomitaba, veía que en el retrete sus jugos gástricos eran de color negro, y entre los pedazos semi masticados de Carlos, varias cosas se movían, lo que hizo que agarrara la compostura, acercándose al retrete para ver mejor qué era lo que se movía en el retrete… eran cucarachas. Una le saltó al rostro; él soltó un grito, cayéndose de espaldas y abriendo la puerta del baño. Las cucarachas salieron del retrete por montones, corrieron hacia Carlos sin clemencia, como si fuera su comida, su antojo. Carlos, paralizado por el miedo, se quedó inmóvil; las cucarachas lo cubrieron completamente. Él cerró los ojos y comenzó a gritar de forma despavorida, no sabía qué hacer, solo se sacudía convulsionado, quería pararse pero no podía, solo patinaba. Lo intentaba una y otra vez pero no podía hacer nada; las cucarachas cubrieron su cuerpo y sus ojos. Comenzaban a pesar en su cuerpo como mil kilos de tierra, era imposible moverse. Cuando abrió los ojos ya no estaba en la escuela, estaba debajo de la tierra en el jardín de su madre. Cuando los abrió, ya no pudo cerrarlos; la tierra inundó sus ojos dejándolo ciego, y su cuerpo estaba inmovilizado. Carlos, con tan solo 6 años, no había sentido tanto terror en su vida; estaba vivo, respiraba, pero iba a morir y no podía hacer nada al respecto. Afortunadamente, el peso de la tierra fue tal que terminó por desmayarse.

Carlos ya no sentía el peso de la tierra sobre su cuerpo, ya podía respirar, pero abría los ojos y ya no veía nada, no había nada, solo oscuridad. Empezó a gritar, no sabía qué hacer, todo estaba oscuro, él se empezó a desesperar, no paraba de gritar. Su mamá entró a la habitación y le dijo: “Calma, solo fue una pesadilla”. Lo abrazó y él le dijo: “No puedo ver, no puedo ver”. Ella le dijo: “Shh, shh, calma, no va a ser por mucho”. Él se quedó inmóvil y no supo qué decir, solo seguía sollozando. Carlos se había desmayado en la escuela, y la escuela había llamado a su madre. Ella prohibió que fuera llevado al hospital y solo lo llevó a casa.

Al día siguiente Carlos despertó pensando y con la ilusión de que todo hubiera sido una pesadilla pero no fue así, seguía ciego. Su mamá en la mañana le trajo el desayuno y Carlos comió, ella le dijo “come te podrás mejor” él nuevamente comió algo que desconocía,  sabía raro, no tenía sabor, no tenía nada de condimento, le dio un último bocado y comió algo crujiente que sentía que se movía en su boca, sentía un cosquilleo y miedo pensar que fuera una cucaracha, pero eso parecía pues las patitas del animal se movían en su boca, se le revolvió el estómago y un fría sensación recorrió su espalda, él se espantó y boto el plato , su mamá le dijo “¿todo bien?” él no supo qué decir, solo se quedó callado. Ella se fue y después paso a limpiar el piso, Carlos se quedó en cama pero a medio día algo hizo que Carlos despertara,  un asco y mareos recorrió todo su cuerpo, él se levantó y como pudo encontró el baño, vómito y vómito, se levantó de prisa y jaló en el inodoro no iba a pasar por lo mismo, como pudo se fue a su cama gateando mientras subía y tentaba su cama empezaba a sentir miles de cien pies sobre su cama, se sentían como sus patitas se subían sobre sus manos, sobre su piyama, él nuevamente comenzó a gritar pero una se subió sobre su piyama y se metió a su boca dejándolo sin grito y ahogándolo se cayó de espaldas. Empezó a sentir nuevamente la tierra sobre su pecho, piernas, caderas, cabeza, todo, él ya había dejado de respirar, intentaba gritar pero no podía estaba desesperado y el pensamiento sobre su muerte de nuevo lo cubriéndolo, aun en contra de su voluntad.

La opresión, los ciempiés se habían ido, su mamá estaba a su lado y él estaba respirando, jadeando, sudando frío, él se levantó y de impulso la abrazo esperanzado de que solo fue una pesadilla, pero seguía ciego, su mamá  le dijo “ya falta poco, lo estas  haciendo bien”, Carlos intentó decirle a su madre, pero las palabras no salían de su boca, él intentaba hablar pero sus labios no le respondían, se quedó mudo. Él intentó mover sus piernas pero ya no las podía mover ni sentir. Carlos empezó a llorar a sollozar desesperado, apenas emitía ruidos audibles, su mamá se levantó y lo dejó solo encerrándolo en la habitación.

Carlos logró arrastrarse en el piso pero nada más el esfuerzo hizo que se desmayara, en la noche María entró lo cargó y lo colocó en su cama. Ella se repitió para sí misma “solo un día más”, Carlos yacía en su cama y su pequeño corazón ya no aguantaba más estaba muy agitado al día siguiente María llegó a la habitación y Carlos estaba tirado en la cama no respiraba Carlos no despertó su corazón no aguantó, el susto, el terror, la tristeza le dieron fin a Carlos. María gritó porque ya no lo podía  dar como sacrificio comenzó a golpear las sábanas y jalarlas estaba muy enojada verdaderamente pues destruyó todo a su pasó, la recamara de Carlos quedó hecha añicos. Después de destruir todo María se fue a hacer su rutina en su casa y se esperó hasta la noche, ella  agarró el cuerpo  muerto de su hijo y  se lo llevó al Jardín  hizo un hoyo y lo enterró, el Jardín no le hablo mas, no le dedico ni una sola palabra, todo era silencio. Ella esperó que por lo menos haya servido el entierro, esa era su esperanza, se fue a dormir, al día siguiente ella hizo su rutina como todas las mañanas pero al momento de llegar al jardín y verlo, descubrió que todo estaba muerto, las rosas, las lilas, la enredadera, la mecedora estaba todo estaba muerto como su hijo.