El Diablo, el rey del infierno, gobernante del inframundo, ya en una ocasión hablamos sobre él y sus contribuciones a la arquitectura a nivel mundial, pero este maligno ser, pintado así por la religión cristiana, está presente también en diferentes, llamémosle advocaciones, así como las tiene la Virgen María de los católicos. Pues bien, el día de hoy quiero hablarles de tres de ellas, presentadas en Bolivia con su Tío de la Mina, México con el famoso Charro Negro, y en Perú el por demás aterrador Muqui; acompáñennos entonces a esta pequeña reseña diabólica.
El Charro Negro, el más elegante y menos aterrador físicamente de los mencionados, es generalmente descrito como un hombre elegante, vestido con un traje de charro impecable, negro y con detalles plateados. Suele llevar un sombrero ancho que oculta parcialmente su rostro, y monta un caballo también negro y majestuoso. Su figura imponente y su comportamiento intrigante han alimentado el misterio en torno a su identidad y sus intenciones. Un ente cuya presencia es capaz de al mismo tiempo asolar y tranquilizar el alma. Se dice de él que en las regiones mineras de México este es el tentador de los mineros, presentándoseles elegante e imponente a los desesperados ofreciendo riquezas a cambio de un alma. Se dice que cuando termina el plazo acordado, este viene y cobra su deuda, y no hay nada ni nadie que lo detenga. Hay muchas leyendas sobre él, puesto que no solo busca almas de mineros sino de cualquier persona en cualquier parte de México. En todas las historias contadas de él se sugiere, aunque no se tiene la certeza, que se trata del mismísimo Diablo. Si me permites advertirte y contártelo, si intentas huir antes de la fecha convenida, podrás oír todas las noches el sonido del galope de su negro corcel, cuyos relinchos a pesar de ser normales te serán aterradores. El galope siempre sonará en tus oídos, mientras observarás al Charro Negro al fondo de la habitación o al pie de tu ventana, con su simpático rostro descubierto pero poco visible por la postura del sombrero, y no sabrás en realidad qué es lo que te asusta más, si el fuego rojo infernal de los ojos del caballo o la aterradora sonrisa del Charro Negro.
En Bolivia tenemos al Tío de la Mina, cariñosamente llamado El Tío, quien físicamente es descrito a la mejor costumbre cristiana del Diablo. Los mineros le rinden veneración y pleitesía, pues es quizás de los tres mencionados en el primer párrafo el menos maligno. Descrito con grandes cuernos, suele representarse por una estatuilla antropomorfa de barro en cuyo centro se ha introducido un trozo de mineral. Cada Tío tiene su nombre, que es el del minero que lo ha modelado, y se le habla como si de una persona se tratase. De piel a veces rojiza, este inquietante y tenebroso ser está en todas, absolutamente todas, las minas bolivianas. A diferencia del Charro Negro, en Bolivia se tiene la certeza de que se trata del mismísimo rey del infierno, en su faceta buena y bondadosa; recordemos que según la tradición cristiano-católica, este ser fue un ángel al principio del mundo. Es una especie de dios para los mineros, no importa si estos profesan o no una religión, su principal benefactor siempre será el dueño de los sótanos del mundo. Los mineros siempre, antes de entrar en los distintos parajes al interior de la mina, le dejan su cigarrillo en la boca y su bolsita de hoja de coca (de consumo masivo y cultural en Bolivia, no confundamos coca con cocaína), así como su pequeño bote de alcohol puro, pidiéndole así al Tío permiso para seguir perforando en sus dominios y que él les brinde una buena veta de mineral. Todos los primeros viernes, como está en la cultura boliviana, se hace un ritual llamado K’oa para el Tío, donde le llevan mucho cigarro, coca y alcohol, y los mineros comparten con él las bebidas alcohólicas con las que se embriagarán. Se habla mucho sobre ofrendas al Tío en busca de vetas, ofrendas de animales, incluso de seres queridos. Hay muchas historias de desesperados mineros que ofrecen a sus propios hijos al Tío para que este les brinde sus favores y riquezas. Aparece en la mina disfrazado de ingeniero, cavando pequeños huecos donde la cuadrilla que hizo la mejor ofrenda encontrará la tan anhelada veta. Una vez que se las da, la cuadrilla está obligada a brindarle lujos con tragos, mayor cantidad de coca y mejores cigarros todos los martes y viernes. De lo contrario, no solo te quitará tu veta y tus riquezas, sino que vayas donde vayas él te encontrará para hacer tu vida miserable. En este punto les recomiendo el libro Las Tres Cruces del Diablo de Jaime Aduana Quintana, escritor boliviano, que se publicó hace más de veinte años y es en verdad aterrador.
Hablemos ahora del Muqui, de las regiones mineras del Perú. El Muqui es un ser pequeño, de cuerpo fornido y desproporcionado. Su cabeza está unida al tronco, pues no tiene cuello. Su voz es grave y ronca, no concordante con su estatura. Su cabello es largo, de color rubio brillante. Este singular personaje, junto a su pequeño tamaño y su por demás aterradora voz, es quizás el más sádico de los antes mencionados, taimado, malvado y voraz. A diferencia del Tío, el Muqui no recibe veneración ni exige culto. Este pequeño se dedica a hurgar en las bolsas de los mineros y toma como suya la bolsa de hoja de coca que más le guste; a cambio, él regala vetas de mineral a los afortunados. Mantenerlo tranquilo es fácil, puesto que cuando se le pierde la coca a alguno de los obreros, estos deben invitarle pues saben que fue el Muqui quien se la llevó y a cambio les brindará una buena veta. Si el minero es inteligente, siempre se llevará dos bolsas, una más grande que la otra, y dejará a la vista y sin tocar la más grande. Pero el Muqui no es vicioso, no es ostentoso, siempre se llevará la bolsa pequeña. Este castigará a los de la cuadrilla si fallan un solo día con la provisión de la tan deseada hoja. Se dice que a veces queda tan embelesado con dicha hoja que se presenta a los mineros y les hace el mismo trato a todos: «Vos traeme de esa coquita, bien rica está, a cambio yo te voy a dar de mis mejores vetas, bien rica siempre tu coquita, pero debes traerme todos los días, y no seas ostentoso, cuida tu platita, eso sí, si quieres cerrar el trato, me tienes que decir antes, porque sin coca me vas a dejar, y yo no quiero renegar». Así que los mineros quedan advertidos si fallan, pues cuentan que un afortunado intentó mentirle diciéndole que se iba a ir a trabajar de otra cosa pues sintió miedo del Muqui, y este le respondió: «No me mientas, yo lo sé todo, pero anda nomás, que vamos a hacer sin coquita rica me estás dejando». Y a las horas de la charla un derrumbe de la mina mató a todos sus compañeros de cuadrilla. En este caso, al igual que en México, no se tiene la certeza de que sea el Diablo, pero muchos afirman que sí.
Las he catalogado como advocaciones pues no encontré una mejor palabra. En conclusión, personalmente pienso que se trata del mismísimo Diablo, Satanás, Lucifer o como quieras llamarlo, puesto que uno sí te pide el alma de forma directa, pero los otros dos te corrompen a través del dinero y del alcohol.