Más que una reseña o una retrospectiva del clásico The Omen  de Richard Donner de 1976,  o su secuela Damien: The Omen II de 1978, quiero compartir la marca que estas películas dejaron en mí, después de verlas. 

Pocas melodías siguen inquietándome cómo lo hace Ave Satani

Sus notas no sólo evocan las escenas de la película sino que generan una sensación de alerta, de peligro, de que hay algo tenebroso, maligno que ronda, apenas suenan sus primeros acordes y coros. Una literal evocación a un terror que en mi caso no comenzó con este clásico del cine de terror de los setenta, sino con la lectura de su inspiración primigenia: El Libro del Apocalipsis. 

Siendo parte de una familia católica, como muchos en México, con fuertes creencias religiosas y al menos una Biblia en cada casa, mi aventura pro el horror religioso comienza con una advertencia: «Nunca leas el Apocalipsis». Esto lejos de inhibirme, sonó más bien a una orden, a una misión. ¿Qué hay en ese libro, en ese pasaje para que me prohiban leerlo?

Y como no podía comenzar de otra forma, el libro arranca con una advertencia “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.”

Un choque helado cruzó por mi espina dorsal al ser, casi lo primero que leía con una connotación así, casi como si fuera una maldición, ya que en ese momento no  pasaba por mi mente,  ni por edad ni por contexto, la naturaleza del lenguaje metafórico y alegórico en el que se escribieron esos textos. Para mí era una historia que apenas comenzaba.

Me encantaría compartir en este texto todo lo que cada una de las revelaciones me impactó, desde el sonido de las trompetas, hasta la forma en que el texto cerraba con una alabanza cada vez que ocurría un desastre peor que el anterior, pero sobre todo, el mayor temor que tuve, que supongo esa era la idea siempre, era a Dios. Su saña, su crueldad, su destrucción inmisericorde de todo aquello que se supone amaba, comenzando por nosotros.

Pero dejando a Dios de lado por un momento, quiero concentrarme en La Bestia. Su descripción, tan aberrante que es difícil de visualizar, pero sobre todo el claro contexto de que, era muy difícil saber quien sería ungido con la marca de la bestia y por ende perdería su oportunidad de tener la marca De Dios y por tanto se volvería en uno de los tantos blancos de la destrucción del fin de los tiempos. 

Llega «La Profecía» como se le conoció en México a la película y aterriza muchas de las cosas casi incomprensibles del texto original a un contexto realista e identificable. La bestia, el anticristo, nacería como cualquier otro niño, sin nada que lo distinguiera a simple vista o que revelara su naturaleza demoniaca. 

No obstante, en analogía con el Libro de las Revelaciones en la Biblia, a estas películas las escuché casi en forma de advertencia antes de poder verlas. En ambos casos la narración de mi hermana siete años mayor y de otras personas que la habían visto, antes de que existiera el internet, formaban en mi mente escenas de muertes terroríficas, no aptas para menores que, junto con Reagan en El Exorcista,  se volverían el referente de la presencia maligna, aún antes de verlas en la pantalla.  

Pero la verdadera marca de terror que estas películas dejaron en mi,  tiene que ver con la marca de la bestia,  ese número que aún siendo conocido desde su primer lectura casi críptica en la Biblia,  no significaba mucho mucho para mí, ni siquiera por sus constantes alusiones en las canciones metaleras, que también lo alejaban confortablemente de mi realidad.

Pero justo fue en la secuela, que  aquella discreta cicatriz con los tres números seis acomodados como un triángulo debajo del cabello de Demian Thorn  se volverían algo verdaderamente aterrador.  Quizá no es la escena más recordada por todos, por mí si, pero cuando Demian, después de una serie de revelaciones y muertes se da cuenta que el es el anticristo, confirmándolo al verse la marca debajo del cabello, cuando la idea más aterradora  hasta ese momento de mi vida cruzo por mi cabeza y heló mi cuerpo, mi alma y mi corazón. «¿Y si yo tengo la marca?»

Les prometo que busqué en el espejo removiéndome el cabello durante un buen rato y tratando de sentir algo con los dedos, ahora no expectante, ahora co con emoción, sino con el terror que sentí al pensar que pasaría si yo resultara ser «El elegido», que pasaría si yo fuera el Anticristo. 

Y no, no m puse a crear conjeturas sobre mi madre, o los chacales o si ya había hecho la comunión. Estaba esperando, cual diagnóstico de la peor enfermedad imaginable, que apareciera esa marca que no sólo sería el anuncio del final de los tiempos sino  que me convertiría en el blanco de la Ira De Dios, con toda su saña, crueldad y fuerza, sin tener lugar en el Universo donde esconderme de ella. 

Y fue entonces que me di cuenta que si bien me daba terror el pensar en la presencia del Diablo, maximizada al escuchar Ave Satani, me daba muchísimo más temor en pasarme al bando prohibido, para ser destruido de la peor forma por el creador. 

Ahora ya como un adulto, como un guionista adulto, como un guionista-director de terror adulto, puedo analizar tanto los textos originales, como las películas, para establecer significados, metáforas, tramas, personajes, etc. Y sobre todo puedo distinguir la fantasía de la realidad.

No obstante, de vez en cuando, al peinarme frente al espejo, una pequeña parte de mí aún teme que la marca esté ahí, esperando paciente, el momento en que me olvide por completo de ella, para aparecer de repente, haciendo realidad todas mis peores pesadillas.