Retro terror: “1, 2, Freddy viene por ti”.
A Nightmare on Elm Street (Wes Craven, 1984) es una de mis películas slasher preferidas. Recuerdo que era una fría noche de invierno, recién había conseguido el Ride the Lightning de Metallica. Al salir de la función de medianoche del Pecime (sala en la que se estrenaban producciones de bajo presupuesto, películas de culto y cintas eróticas) estaba en shock: Freddy Krueger, un asesino quemado por los habitantes de Sprinwood, irrumpía en tus sueños para cortarte con sus cuchillas de acero y lo único que podías hacer para evitarlo era no dormir. “¿Cuánto tiempo puedes soportar despierto antes de colapsar?” pregunté a los amigos que me acompañaban en aquella ocasión. Ninguno tenía idea. Tiempo después, investigué y descubrí que al tercer día corrías riesgo mortal. Era inevitable, Freddy terminaría atrapándote.
A diferencia de Michael Myers y Jason Voorhees, mortíferas representaciones del “hombre del saco”, Freddy Krueger (interpretado en toda la saga por el gran Robert Englund) no necesitaba de una máscara para inquietar, tampoco cuchillos o machetes mellados: el rostro desfigurado por las llamas causaba suficiente miedo y las afiladas navajas erizaban la piel.
Wes Craven (The Last House on the Left, The Hills Have Eyes, The Serpent and the Rainbow, Shoker y Scream, entre otras películas) reveló durante una entrevista para Vulture en 2014, el intrigante origen de uno de los personajes más turbios del slasher: antes de A Nightmare on Elm Street, Craven encontró un artículo en Los Angeles Times, acerca de una familia sobreviviente de “Los campos de la muerte” en Camboya. Entre 1975 y 1979, los llamados Jemeres Rojos exterminaron entre millón y medio y tres millones de personas en estos siniestros campos de trabajos forzados.
La familia citada consiguió huir de Camboya y refugiarse en Estados Unidos. Todo marchaba bien, hasta que el hijo más pequeño confesó a sus padres que no podía dormir: “Algo” le perseguía en sueños y estaba a punto de alcanzarlo. El chico pasaría angustiado varias noches, pues las pesadillas eran aterradoras. Una mañana, lo hallaron muerto en la cama desordenada. “Eso” acabó por matarlo.
La anécdota anterior, desmintió una versión que circulaba en Facebook, iniciada involuntariamente por Lamaur Foster, quien aseguró haber descubierto la tumba de Freddy en un antiguo cementerio. Acompañó su testimonio con una fotografía del hallazgo. En realidad, solo se trataba de una broma de Halloween. Pero la historia resultó tan convincente que cientos de usuarios proporcionaron supuestos datos reales para confirmar el relato.
Otro factor que sirvió para perfilar a Freddy, fue una experiencia infantil del propio Wes Craven: “En el vecindario había un hombre espeluznante que siempre se detenía frente a mi casa. Lo espiaba desde la ventana, él no me quitaba los ojos de encima. Entonces buscaba dónde esconderme y esperaba que se fuera”.
Freddy Kreueger se caracterizó por su torva mirada, sonrisa ruin y voz cavernosa. Usaba un viejo sombrero marrón, vestía el singular suéter con rayas verdes y rojas, calzaba botas industriales y tasajeaba a sus víctimas con unas cuchillas incorporadas a sus guantes de cuero. Así como las máscaras de Michael y Jason se volvieron objetos de culto, las navajas de Freddy ocuparon un lugar entre los objetos icónicos del terror.
Craven quería que su monstruo contara con un arma inconfundible, amenazante, terrorífica. Encontró que, entre los miedos primarios del hombre, destacaba el temor a las garras. Algo bastante lógico, considerando que nuestros ancestros primitivos eran presas fáciles de depredadores más grandes.
Inspirado en las garras de su gato, platicó con Jim Doyle, encargado de los efectos especiales en la película, y le sugirió: “¿Qué tal si hacemos un guante con cuchillos para cortar carne?”. Doyle diseñó y creó unos guantes con cuchillos, colocados de tal forma que no solo estaban afiladas las hojas, también los cantos. Se confeccionaron dos pares de guantes: unos inofensivos y otros con filo. Las navajas eran el detalle final, nadie podría olvidar los destellos y chillidos crispantes que esas cuchillas arrancaban a las tuberías oxidadas.
A Nightmare on Elm Street ofreció algunas de las matanzas más memorables del slasher, personalmente me quedo con la brutal muerte de Glen, personificado por un jovencísimo Johnny Deep: vencido por el sueño, el chico cabeceó. La cama se transformó en un portal directo al Infierno. Glen sería arrastrado a la dimensión onírica y surrealista de Freddy Krueger. Instantes después, un inesperado borbotón de sangre salió disparado hasta el techo. Quizá, Freddy destrozó a su víctima de manera tan atroz, que no había forma de presentarlo ante la cámara. No estar seguro qué hizo con Glen, aún me provoca escalofríos.
Aprovecho para invitarlos a la entrevista exclusiva que Jim Doyle dará a Grupo Inframundo. Seguro nos contará algunas anécdotas con Robert Englund y revelará sus trucos para la filmación de A Nightmare on Elm Street.
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Seamos en la oscuridad.